La terapia cognitivo-conductual se trata de un modelo de intervención de la psicología clínica muy desarrollado, con gran cantidad de casos y estudios empíricos que demuestran y respaldan su eficacia (y se encuentra avalada por la organización Mundial de la Salud).

La terapia cognitivo-conductual se basa en cuatro pilares teóricos:

Condicionamiento clásico (aprendizaje clásico): desarrollado con base a las investigaciones de Iván Pavlov y John B. Watson, donde se observa que la asociación (o relación) entre un estímulo incondicionado (no aprendido) con un estímulo neutro (que no genera ningún tipo de respuesta), provoca que posteriormente un organismo responda o reaccione a dicho estimulo neutro con la respuesta que emitía ante el estimulo condicionado. La respuesta incondicionada es aquella que se produce ante un estímulo incondicionado, es decir, es una respuesta innata o no aprendida, mientras que la respuesta condicionada es la que se obtiene de la asociación entre el estimulo incondicionado y el estimulo neutro, es decir, la respuesta aprendida o asociada.

Condicionamiento operante o instrumental (aprendizaje operante o instrumental: desarrollado por F. B. Skinner, quien afirma que los comportamientos se adquieren, se mantienen o se extinguen, en función de las consecuencias que le siguen (es decir, aumenta o disminuye la probabilidad de que una conducta sea ejecutada de nuevo). Las consecuencias pueden ser un refuerzo (positivo o negativo) o un castigo (positivo o negativo). Un refuerzo positivo es todo estímulo placentero o deseado que al presentarse, produce o mantiene un comportamiento deseado, es decir, actúa como un premio (por ejemplo, una felicitación, un dulce, dinero…). Un refuerzo negativo es todo estimulo que al retirarse, produce o mantiene un comportamiento, porque se considera aversivo , es decir, es desagradable o dañino (por ejemplo, abrir un paraguas es un refuerzo negativo en tanto que siempre que llueve, abrimos un paraguas para evitar la lluvia que viene siendo el estímulo aversivo). Un castigo positivo es todo estímulo aversivo (desagradable) que al presentarse, disminuye un comportamiento no deseado  (por ejemplo, un niño se come las uñas y para dejar que se las coma, se le aplica un producto amargo en ellas para que le sepa feo cada vez que las muerda). Un castigo negativo es todo estimulo placentero o deseado que se retira o elimina para disminuir un comportamiento no deseado (por ejemplo, quitarle la tv a un niño).

Teoría del aprendizaje social (aprendizaje por modelado): desarrollada por Albert Bandura, desde la que se afirma que el aprendizaje no sólo se produce por medio de la experiencia directa y personal, sino que la observación de otras personas y la información recibida por medio de símbolos verbales o visuales, constituyen variables de gran importancia.

Modelos cognitivos (aprendizaje cognitivo): desarrollado por Aron Beck y Albert Ellis de forma independiente. Sus dos modelos de intervención terapéutica llamados “Terapia Cognitiva” y “Terapia Racional Emotiva” respectivamente, coinciden en lo esencial. Ambos hacen hincapié en las influencias que el pensamiento ejerce sobre las emociones y en los comportamientos. Afirman que el pensamiento de una persona refleja su sistema de interpretación del mundo, un conjunto de creencias, supuestos y reglas subyacentes (modelo del mundo), que por lo general no son plenamente conocidas por las personas.

La intervención psicológica desde el enfoque cognitivo-conductual se estructura en tres pasos:

      • Evaluación: es el momento en el que se formulan hipótesis explicativas acerca de los problemas que trae la persona y se trazan los objetivos del tratamiento. Esas hipótesis conducen a la segunda fase.
      • Intervención: momento en el que se emplean técnicas terapéuticas orientadas al logro de los objetivos planteados.
      • Seguimiento: consiste en la evaluación de la aplicación de un programa terapéutico y en la realización de los ajustes necesarios para el mantenimiento de los cambios.

El modelo cognitivo (Modelo A-B-C):

El modelo cognitivo plantea que la percepción de los eventos influyen sobre los pensamientos, las emociones y los comportamientos de las personas.

 

El modelo consta de tres elementos:

      • A: es un evento activador, algo que sucede (un evento que desencadena una respuesta conductual, emocional, cognitiva o fisiológica).
      • B: son los pensamientos que se crean a partir de ese evento, es decir, es la percepción, interpretación o significado que le atribuye una persona a ese evento activador (qué piensa acerca de ello).
      • C: es la reacción o respuesta que se experimenta frente al evento activador, es decir, son las  consecuencias de dicho evento (emociones, comportamientos, respuestas fisiológicas).

Este modelo dice que si bien A puede tener un impacto directo sobre C (la reacción ante determinado evento), es decir, podemos experimentar una emoción negativa o conductas disfuncionales o que nuestro cuerpo se active de determinada forma, es el factor B (es decir, la percepción e interpretación de A) el elemento más importante.

Durante la terapia cognitivo-conductual, lo que se trabaja y se modifica es el factor B, es decir, la interpretación o percepción, también llamados “pensamientos automáticos”, que son los que realmente determinan el cambio de tus reacciones (emociones y comportamientos). Un psicólogo cognitivo-conductual evalúa esos pensamientos, determinando si están distorsionados (son erróneos) o están ajustados a la realidad y se le ayuda a la persona a actuar en consecuencia.

Dentro de este modelo cognitivo, el nivel más superficial del factor B, son los pensamientos automáticos, los cuales son pensamientos que aparecen sin que los llamemos, es decir, aparecen de manera disruptiva (no surgen de la deliberación consciente o del razonamiento), los creemos como ciertos y muchas veces no somos conscientes de que aparecen, pero si podemos tomar conciencia del cambio emocional (notamos que una determinada reacción emocional aparece, debido a que pudo haber ocurrido un pensamiento). Como estos pensamientos los damos como ciertos, no los cuestionamos y nos sentimos y comportamos acorde a ese pensamiento, recordando este modelo ABC.

Son pensamientos que aparecen en el fluir del pensamiento normal y condicionan su dirección o curso; se les atribuye una certeza absoluta, por eso no son cuestionados y condicionan la conducta y el afecto. En general son breves, telegramáticos y pueden ser verbales o aparecer en forma de imágenes, a la persona se le imponen, por eso son automáticos. Si repetirnos muchas veces los mismos contenidos (pensamientos automáticos), terminamos creyendo con un nivel muy alto de certeza, lo que ellos afirman, sin someterlos a un juicio crítico. Algunos ejemplos de pensamientos automáticos en una situación donde hay una fiesta, cuando una mujer mira a un hombre que le gusta son: “estas fea”, “no te va a prestar atención”, “igual te vas a quedar sola” o “te va a terminar dejando”. Estos pensamientos automáticos podrían corresponder a una creencia central del tipo: “No merezco el amor de nadie”. La terapia cognitivo-conductual trabaja con esos diálogos internos que todos tenemos.

Los pensamientos automáticos se caracterizan por:

      • Son un diálogo interno referido a temas muy concretos (una persona que teme ser rechazada por otros se dice a si misma: “La gente me mira y me ve estúpido”).
      • Aparecen como mensajes recortados en forma de “palabras claves” (“Todo me sale mal”, “soy un fracasado”, etc).
      • Los pensamientos automáticos son involuntarios (entran de manera automática en la mente). Son reacciones espontáneasante determinadas situaciones donde aparecen fuertes sentimientos.
      • Con frecuencia se expresan en forma de palabras como debería de tendría que...”. Aparecen a menudo como obligaciones que nos imponemos a nosotros o a los demás en forma de exigencias intolerantes. Un atleta en un entrenamiento entro un segundo por debajo de su marca, y rápidamente pensó: “No debería haber tenido ese fallo”, apretando sus puños y mandíbula y sintiéndose irritado consigo mismo.
      • Tienden a dramatizar o “exagerar las cosas”, haciendo que con frecuencia se espere lo peor de una situación. Una persona se dispone a viajar y piensa ansiosamente: “Y si ocurre un accidente”.
      • Hacen que cada persona adopte una forma de interpretar los acontecimientos de forma rígida. Las cosas son según el prisma por donde se miran. De esta forma, ante un mismo acontecimiento, cada persona lo interpreta a su manera, creyendo “tener la razón”, sin atender a otros datos o valoraciones distintas.
      • Los pensamientos automáticos son difíciles de controlar y generalmente no se suelen comprobar con la realidad, por lo que la persona que los tiene los suele creer fácilmente.
      • Son aprendidos y son el reflejo momentáneo de actitudes y creencias que se aprendieron en la infancia o adolescencia, provenientes de la familia, la escuela y otras influencias sociales. Como en esos periodos aún no se ha desarrollado demasiado la capacidad racional de análisis de las personas, son asimilados con mayor facilidad y almacenados en la memoria “esperando” a ser disparados por situaciones con carga emocional.

Un paciente con un poco de entrenamiento, puede aprender a identificar estos pensamientos, evaluar si son racionales o irracionales y poder reestructurarlos (debatirlos y modificarlos), en el caso en el que lo requiera. Los pensamientos automáticos, al ser el nivel más superficial, es por donde se empieza el  trabajo terapéutico. La idea es entrenar al paciente a identificar los pensamientos automáticos y modificarlos si es necesario (si son distorsionados).

Los pensamientos automáticos surgen de estructuras más profundas que nos ayudan a responder a la pregunta de ¿por qué en situaciones diferentes, interpretamos de manera sistemática (de la misma forma), las situaciones? o ¿por qué diferentes personas en la misma situación, interpretan de forma distinta?. La respuesta a estas preguntas, la encontramos en las creencias. Las creencias son teorías que empezamos a desarrollar desde que somos muy pequeños y son teorías de nosotros mismo, de los otros y del mundo. También son los contenidos de los esquemas (conjunto estructurado de pensamientos o ideas preconcebidas). Se pueden definir igualmente como todo aquello en lo que uno cree (son mapas internos que nos permiten darle sentido al mundo) y se construyen y generalizan a través de la experiencia. Estas creencias están expresadas de manera muy negativa.

Las creencias se dividen en dos grupos:

Creencias intermedias: son actitudes, reglas y presunciones, es decir, son reglas y condicionales de funcionamiento. Influyen en el modo de ver una situación, a la vez que determina cómo piensa, siente y se comporta la persona frente a ese evento. Son creencias que no involucran aspectos centrales de la personalidad, por lo tanto se pueden modificar con más facilidad. Estas creencias intermedias son las instrucciones cognitivas básicas para comportarnos y estas instrucciones cognitivas, se van a transformar en comportamientos explícitos (comportamientos que desarrollamos para poder sobrellevar nuestras creencias centrales: cómo nos vamos a comportar con estas creencias centrales). Ejemplo: “la vida siempre te da una segunda oportunidad”.

Creencias centrales: es el nivel más profundo y esencial de la cognición humana y están fuera de nuestra consciencia. Son aquellas creencias que constituyen el self de la persona, es decir, son las que dan el sentido de identidad y son idiosincráticas (únicas). Constituyen el núcleo de lo que somos, de nuestros valores, nuestras creencias más firmes por lo que son muy difíciles de cambiar). Nos permiten decir quienes somos (por ejemplo, decir “yo soy un varón”, aunque parezca una verdad obvia, también es una creencia central, ya que hay personas que siendo varones biológicamente hablando, se consideran mujeres y como tal, por lo tanto, la afirmación sobre nuestro genero es una creencia). Las creencias centrales son las teorías, respecto a nosotros mismos, que gobiernan todo nuestro sistema cognitivo (son parte de nuestros esquemas cognitivos).

Las creencias centrales son ideas globales, rígidas y abarcan toda una serie de situaciones que no cuestionamos (las aceptamos como ciertas, es decir, son consideradas como verdades absolutas), que están relacionadas a uno mismo, los otros y el mundo y las damos por supuestas; nos dan estabilidad como personas y nos permite a partir de allí, construir y proyectar nuestra identidad.

Sobre estas creencias se asientan otras creencias centrales (por ejemplo “soy hombre y me gustan las mujeres” o “soy hombre y me gustan los hombres”; en el primer caso se dirá que es heterosexual y en el segundo caso se dirá que es gay). De esta forma, las creencias comienzan a constituir un entramado de significaciones que van dando densidad a nuestra personalidad. Son ideas fundamentales y profundas que no son expresadas explícitamente. Son más difíciles de modificar.

Si las creencias centrales son puestas en duda se genera una sensación profunda de inestabilidad y angustia, porque todo lo conocido pasa a ser cuestionado, es como si se movieran los cimientos de un edificio, toda la estructura se mueve. Por eso cuando una persona se cuestiona sobre su orientación sexual es frecuente que se angustie, mucho más aún cuando se cuestiona su género.  uno de los factores que genera más estrés es la incertidumbre, por eso no saber algo central respecto de nosotros mismos puede ser tan angustiante.

Habitualmente las personas van a terapia porque alguna de las creencias básicas que le daban sustento, estabilidad y tranquilidad es puesta en duda. Si una persona tiene la creencia: “Soy feliz con mi pareja”, puede sentirse muy contenta, tranquila y satisfecha, pero si a esa misma creencia le agrega un simple signo de pregunta, las cosas cambiarían drásticamente: “¿Soy feliz con mi pareja?” ya no suena tan lindo como antes. La duda y la incertidumbre sobre una o varias creencias suele ser uno de los motivos por los cuales las personas comienzan terapia. Cuánto más relevante y nuclear sea lo incierto más angustia generará.

A estas creencias centrales, las podemos dividir en dos grupos:

Creencias de desamparo: se refieren a la percepción de debilidad o fortaleza personal y a la percepción de logros. Son creencias centrales negativas que predisponen a la ansiedad, la depresión y a la desmotivación.

Estas estructuras generalmente no se verbalizan pero se tiene la creencia, se detecta y al hacerlo, uno se autoimpone un estado de desamparo que comienza a nivel emocional y salta automáticamente al social y laboral, lo que afecta de manera sustancial el desarrollo personal y profesional de una persona.

Creencias de incapacidad de ser amado:

Según la terapia cognitiva, la dinámica entre las creencias centrales y los esquemas cognitivos es la base de los síntomas psicológicos, por lo tanto, el trabajo sobre las creencias es una labor central en este tipo de abordaje.

Las creencias se construyeron a partir de experiencias y procesos cognitivos particulares, por eso la Terapia Cognitiva se valdrá de estos mismos elementos para el trabajo clínico. El terapeuta junto con el paciente tratará de crear experiencias para contrastar sus creencias.

El tratamiento en la terapia cognitivo-conductual se basa fundamentalmente en el supuesto teórico de que la conducta y los afectos de una persona, se encuentran determinados por su forma de estructurar el mundo (Beck, 1976).

El esquema básico de la terapia cognitiva puede ser graficado de la siguiente forma:

De acuerdo con esto, los pensamientos se relacionan estrechamente con las emociones y las conductas y entre todas existe una influencia recíproca. Un ejemplo de esto es el siguiente: un paciente depresivo que se dice (pensamiento): “No sirvo para nada”, esto probablemente lo haga sentirse angustiado (emoción) y seguramente esto hará que llore, se tire en la cama, intente suicidarse (conductas), al verse así corroborará su creencia inicial: “No sirvo para nada”. Cuando el circuito está establecido basta que aparezca un leve pensamiento o emoción para que todo se active.

Distorsiones cognitivas

La terapia cognitiva afirma que los trastornos psicológicos provienen con frecuencia de maneras erróneas de pensar. Esas formas erróneas de pensar reciben el nombre de distorsiones cognitivas. Se habla de pensamientos erróneos, en el sentido de dar una falsa imagen o interpretación de las cosas y los hechos, por se dice que son “distorsiones cognitivas”.  Estas distorsiones cognitivas derivan a su vez de creencias personales o significados subjetivos a menudo aprendidos en la etapa infantil del desarrollo, que generalmente actúan a nivel “inconsciente” (sin que la persona se percate de su papel).

Estas creencias personales también reciben el nombre de esquemas cognitivos o supuestos personales. Los supuestos personal son la forma en que la persona da sentido y significado a su experiencia pasada, actual y por ocurrir en el futuro. Estos supuestos personales permanecen “inactivos o dormidos” a lo largo del tiempo en la memoria y ante determinadas situaciones desencadenantes (una enfermedad física, un acontecimiento en la vida personal, etc.) se “activan o despiertan ” y actúan a través de situaciones concretas, produciendo con frecuencia  errores del pensamiento (distorsiones cognitivas) que a su vez se relacionan recíprocamente con determinados estados emocionales y conductas.

Un esquema cognitivo se define también como “la organización de nuestra experiencia en forma de significados personales; guían nuestra conducta, nuestras emociones, deseos y metas personales”. Estos esquemas cognitivos están localizados en los circuitos neuronales de la memoria y son el resultado del desarrollo biológico y de las experiencias de aprendizaje de cada persona, así como están constituidos por los significados que tiene cada persona respecto del mundo y de sí mismo.

Las distorsiones cognitivas se expresan a través de las cogniciones (pensamientos e imágenes mentales) que aparecen en situaciones donde hay una intensa alteración emocional (como ansiedad, rabia o depresión) y trastornos de la conducta (como conducta de escape o problemas de relación de pareja). Esas cogniciones son los pensamientos automáticos

Como los pensamientos automáticos producen errores del pensamiento, prismas recortados y desviados de los acontecimientos que ocurren, que suelen ser habituales y repetitivos, pueden ser agrupados en las llamadas distorsiones cognitivas en función de los errores que comenten. La siguiente tabla recoge las principales distorsiones cognitivas.

Tipos de distorsiones cognitivas:

      1. Abstracción selectiva o filtraje o visión de túnel: consiste en seleccionar un solo aspecto de una situación, aspecto que tiñe toda la interpretación de la situación y no se percata de otros aspectos que lo contradicen. Se filtra lo negativo y se olvida o se omite lo positivo. Los pacientes depresivos tienden a recortar los aspectos negativos y mediante ellos sacar conclusiones que comprueben su inutilidad, su poca valía personal o sus defectos.
      2. Pensamiento polarizado o dicotómico: consiste en valorar los acontecimientos de forma extrema, sin tener en cuenta los aspectos intermedios. Las cosas se valoran en polos extremos y opuestos, como: buenas o malas, blancas o negras, todo o nada, olvidando grados intermedios. Por ejemplo: bueno/malo, santo/pecador, fiel/infiel, justo/injusto. Los pacientes depresivos tienden a atribuirse las categorías del extremo negativo.
      3. Sobregeneralización: consiste en sacar una conclusión general de un solo hecho particular sin base suficiente. Por ejemplo una persona que busca trabajo y no lo encuentra y concluye: “Nunca conseguiré un empleo”.
      4. Interpretación o lectura del pensamiento: es la tendencia a interpretar los sentimientos e intenciones de los demás, sin fundamentos o base alguna. A veces, esas interpretaciones se basan en la proyección (un mecanismo que consiste en asignar a los demás los propios sentimientos y motivaciones, como si los demás fueran similares a uno mismo).
      5. Visión catastrófica: consiste en adelantar acontecimientos de forma catastrofista, esperando siempre lo peor para uno mismo, sin prueba alguna. Por ejemplo, sufrir un accidente aéreo por tener que volar.
      6. Personalización: es el hábito de relacionar los hechos del entorno con uno mismo, sin base suficiente. Un tipo de personalización es el hábito de compararse con otras personas de manera frecuente.
      7. Minimización: se da cuando se subestiman o empequeñecen ciertos aspectos o cualidades. Por ejemplo, los pacientes depresivos minimizan sus logros, éxitos, buenas cualidades, aciertos, etc.
      8. Maximización: consiste en agrandar ciertos aspectos o cualidades. En el caso de los pacientes depresivos maximizan los errores, las carencias, las faltas, las pérdidas, etc.
      9. Inferencia arbitraria: es el proceso por el cual una persona sin evidencia, adelanta una conclusión a favor que la sustente o cuando se sostienen ciertas afirmaciones incluso con evidencia contraria, es decir, es emitir juicios o extraer conclusiones de manera rápida o impulsiva, basándonos en una información incompleta o errónea. Por ejemplo pensar que van a dar mal un examen, incluso habiendo estudiado mucho y teniendo aprobados todos los exámenes anteriores con buenas calificaciones.
      10. Sesgo confirmatorio: tendencia a interpretar la realidad de manera que confirme nuestras creencias previas. Por ejemplo decir “me he equivocado, si es que ya sabía que yo no sirvo para esto”.
      11. Error del adivino: creer saber cómo será el futuro y actuar conforme a ello. Por ejemplo: “no voy a ir a esa entrevista de trabajo porque sé que no me van a contrata.
      12. Razonamiento emocional: creer que lo que la persona siente emocionalmente es cierto necesariamente. Si una persona se siente irritada, es porque alguien ha hecho algo para alterarle, si se siente ansioso es que hay un peligro real, etc. Las emociones sentidas se toman como un hecho objetivo y no como derivadas de la interpretación personal de los hechos.
      13. Etiquetas globales: es poner un nombre general o etiqueta globalizadora a nosotros mismos o a los demás, casi siempre designándolos con el verbo “ser”. Cuando etiquetamos, globalizamos de manera general todos los aspectos de una persona o acontecimiento bajo el prisma del ser, reduciéndolo a un solo elemento. Esto produce una visión del mundo y de las persona, muy estereotipada e inflexible. Por ejemplo, un hombre cada vez que tenía ciertas dificultades para hablar con una mujer que le agradaba, se decía, “soy tímido, por eso me pasa esto”.
      14. Culpabilidad: consiste en atribuir la responsabilidad de los acontecimientos totalmente a uno mismo o a otros, sin base suficiente y sin tener en cuenta otros factores, que contribuyen a los acontecimientos. Por ejemplo, una persona que estaba engordando, culpaba a su cónyuge por ponerle alimentos demasiado grasos.
      15. Falacia de control: es la percepción sobre el grado de control que tiene una persona sobre los acontecimientos de su vida: o la persona se suele creer muy competente y responsable de todo lo que ocurre a su alrededor o bien en el otro extremo se ve impotente y sin ningún control sobre los acontecimientos de su vida. Ejemplos: “Si otras personas cambiaran de actitud yo me sentiría bien”, “Yo soy el responsable del sufrimiento de las personas que me rodean”.
      16. Los debería: consiste en el hábito de mantener reglas rígidas y exigentes sobre como tienen que suceder las cosas y cualquier desviación de esas reglas o normas, se considera intolerable o insoportable y conlleva a una alteración emocional extrema. Algunos psicólogos han considerado que esta distorsión está en la base de la mayoría de los trastornos emocionales. Los “deberías” producen emociones extremas y trastornos; los deseos personales derivados de las creencias racionales pueden producir malestar cuando no se consiguen. Por ejemplo, un hombre estaba preocupado excesivamente por los posibles errores que podría cometer en su trabajo y se decía “debería ser competente y actuar como profesional, no debería cometer errores”.
      17. Tener razón: tendencia a probar de manera frecuente que el punto de vista de uno es el correcto y cierto, ante un desacuerdo con otra persona. No importa los argumentos del otro, simplemente se ignoran y no se escuchan. Por ejemplo, en una discusión de pareja decir: “Yo llevo razón, él/ella está equivocado/a”.
      18. Falacia de justicia: es la costumbre de valorar como injusto, todo aquello que no coincide con nuestros deseos. Una persona suspende un examen y sin evidencia piensa: “es injusto que me hayan suspendido”.
      19. Falacia de la recompensa divina: pensar que en un futuro los problemas mejorarán por sí mismos sin tomar una actitud proactiva, es decir, tendencia a no buscar solución a problemas y dificultades actuales suponiendo que la situación mejorará “mágicamente” en el futuro, o uno tendrá una recompensa en el futuro si la deja tal cual. Ejemplo: “mi jefe me está explotando, pero estoy tranquilo porque el tiempo pone a cada uno en su sitio”.
      20. Falacia de cambio: consiste en creer que el bienestar de uno mismo depende de manera exclusiva de los actos de los demás. La persona suele creer que para cubrir sus necesidades son los otros quienes han de cambiar primero su conducta, ya que creen que dependen solo de aquellos. Por ejemplo un hombre piensa: “la relación de mi matrimonio solo mejorará si cambia mi mujer”.

La técnica de la reestructuración cognitiva

La terapia cognitiva incluye técnicas que se centran en las cogniciones de los pacientes, para modificar éstas, las emociones y conducta manifiesta, . No se incluyen aquí, pues, las técnicas que presuponen mecanismos de cambio cognitivo, pero que no se centran en los componentes cognitivos per se (p.ej.: modelado participante). Ejemplos de técnicas cognitivas son: reestructuración cognitiva, entrenamiento autoinstruccional, resolución de problemas y detención del pensamiento. Sin embargo, ha grandes diferencias en los modelos teóricos que están detrás de estas técnicas.

Lo más frecuente en psicología es combinar las técnicas cognitivas y las conductuales, de modo que no hay tratamientos puros, sino tratamientos que asocian ambos componentes, aunque la importancia de cada uno de ellos es variable según los casos.

La reestructuración cognitiva o RC es una de las técnicas cognitivo-conductuales más eficaces dentro del repertorio de procedimientos que dispone el terapeuta cognitivo-conductual. Sin embargo, su aplicación no es nada fácil porque se requiere de un buen conocimiento del trastorno o trastornos a tratar, se necesita velocidad y creatividad de pensamiento para mantener una interacción fluida y competente con el paciente y la técnica no está tan pautada como otras técnicas de modificación de conducta y, por sus propias características, no puede estarlo.

La RC consiste en que el paciente identifique y cuestione sus pensamientos desadaptativos, de modo que queden sustituidos por otros más apropiados y se reduzca o elimine la perturbación emocional y/o conductual causada por los primeros, con la ayuda inicial del terapeuta. En la RC los pensamientos son considerados como hipótesis y terapeuta y paciente trabajan juntos para recoger datos que determinen si dichas hipótesis son correctas y útiles o incorrectas e inútiles. En vez de decir a los pacientes cuáles son los pensamientos alternativos válidos, el terapeuta formula una serie de preguntas y diseña experimentos conductuales para que los pacientes evalúen y sometan a prueba sus pensamientos negativos y lleguen a una conclusión sobre la validez o utilidad de los mismos (Clark, 1989).

La RC, en combinación con otras técnicas, se ha mostrado más eficaz que otras técnicas y tratamientos psicológicos en los trastornos de ansiedad, depresión mayor, trastorno bipolar (en combinación con fármacos), trastornos de alimentación, trastornos somatomorfos (trastorno de somatización, trastorno por dolor, hipocondría, trastorno dismórfico corporal), trastornos por abuso de sustancias, juego patológico, algunos trastornos de personalidad (como el límite), trastorno negativista desafiante, insomnio, ira, agresión sexual, disfunción eréctil, conflictos de pareja, problemas de salud (como dolor, síndrome de intestino irritable, síndrome de fatiga crónica) e ideas delirantes y alucinaciones. Por otra parte, la terapia cognitiva es un tratamiento prometedor para otros problemas como los trastornos disociativos, los intentos de suicidio, el trastorno de déficit de atención, la fibromialgia (Butler et al., 2006).

Referencias:

A,M.P. Psicólogos. (Sin fecha). Terapia cognitivo-conductual. Consultado el 14 de agosto de 2020 de la página http://www.amp-psicologos.es/psicologia/psicologia-clinica/terapia-cognitivo-conductual/#:~:text=La%20Terapia%20Cognitivo%2DConductual%20posee,los%20trabajos%20de%20John%20B.&text=Condicionamiento%20Instrumental%20u%20Operante%20(aprendizaje,Skinner.

Camacho, J. M. (2003). El ABC de la Terapia Cognitiva. Consultado el 16 de agosto de 2020 de la página https://www.fundacionforo.com/pdfs/archivo23.pdf

ISEP. Máster en Psicología Clínica y de la Salud. 2016-2017. Terapia Cognitiva I y II. Consultado el 16 de agosto de 2020.


Ana Ospina

Psicologa clínica y forense

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